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Con
el final de la primavera y el comienzo del verano, llegaba la recogida de
lo sembrado y con tanto anhelo esperado durante el año. El campesino vive
pendiente del campo; de la lluvia, de las heladas, de la sequía, de las
plagas, del granizo... Después de un año de trabajo, allí estaba su fruto,
mejor o peor, escaso o abundante, esperando a ser recogido, y si duro
había sido el esfuerzo hasta el momento, no era baladí lo que le
restaba... Las jornadas de trabajo ocupaban todas las horas de sol y más,
pues se levantaba la gente antes del alba y a veces se seguía segando de
noche, sobre todo si había luna llena y el tiempo apremiaba. |
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La
recogida del fruto; esos cereales tan propios del paisaje castellano desde
hace siglos, no se ceñía a una sola actividad. El proceso hasta tener el
grano dispuesto para ser molido en el molino o servir de alimento al
ganado, generaba una serie de actividades muy laboriosas y tediosas que se
mantuvieron sin notables transformaciones durante miles de años, hasta la
abrupta llegada de la tecnología. Vamos a intentar realizar aquí una
aproximación a toda aquella ingente actividad que poseía el campo durante
las largas jornadas del verano. Así podremos comprender el verdadero
sentido de esa expresión que dice "cobró x dinero limpio de polvo y paja". |
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Segar
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Sin duda, constituía la primera parte del proceso
hasta llegar al grano. Segar requería cierta preparación de la jornada el
día anterior; afilar los hoces o dalles a emplear y según la lejanía de la
tierra a trabajar, preparar la comida si es que había que transportarla...
Había mucho trabajo por delante, y había que recoger el fruto cuanto
antes. El labriego teme las repentinas tormentas de verano y su pedrea que
podía estropear la cosecha en puertas de ser recogida, no quedaba más
remedio que
levantarse muy pronto, al alba. Algo que no olvidan fácilmente los que
doblaron sus lomos para segar el trigo... Dicen también, que se segaba mejor a primera hora de la mañana, no solo
porque el esfuerzo físico fuera más llevadero (aunque en ocasiones, el
frío mañanero resultara excesivo), sino porque la humedad de la noche y la
fresca, dejaban al cereal con la consistencia óptima para ser cercenado
con la hoz. El calor de la jornada lo iba secando y dejándolo maleable,
por lo que resultaba más difícil quebrar el tallo al golpe del filo y más
fácil que la planta resbalara por él, por
eso había que aprovechar aquellas primeras horas.
Había que cubrirse la cabeza y el resto del cuerpo. Quien trabaja al sol
con el calor lo sabe, se evitan quemaduras y refresca más una camisa
empapada en sudor que la piel descubierta. Cada uno buscaba las ropas
más adecuadas para el duro trabajo. Había también un útil muy importante
e imprescindible para segar que podía considerarse parte del atuendo.
Hablamos de la zoqueta.
Al segar, con una mano se sujetaba el haz a cortar y con la otra se
lanzaba el filo. La zoqueta era una pieza de madera hueca que servía
para introducir los dedos de la mano (menos meñique y pulgar) que
agarraba los tallos, ello era por si un error de cálculo hacía chocar la
hoz con esa mano, que sin protección acabaría día sí y otro también, con
algún pinchazo o corte más o menos grave, por ello había que reponer las
zoquetas con cierta frecuencia.
El abandono de la siega y otras tareas repercute en cosas tan dispares
como el lenguaje. Hay palabras que desaparecen porque desaparecen las
tareas que describen o los útiles que se empleaban para esas tareas.
Así, resulta muy difícil oír ya palabras como zoqueta, aventadora, haz,
falcada, celemín, arroba, era, dalle, gavilla, fanega, gañán...
Para segar había quien prefería el dalle, no exigía doblar el lomo y
evitaba esos dolores tan típicos de espalda, aunque siempre había quien
prefería ver el trigo de cerca y consideraba el dalle demasiado moderno
y desde ese punto de vista tan castellano del sufrimiento, tal vez
demasiado cómodo. Así, por la premura de tiempo comentada y por ese
sentido del sufrimiento, resultaba muy difícil que los dolores de
espalda, de brazo y manos o las ampollas, le impidieran a uno
estar de nuevo en pie al alba siguiente para seguir segando.
Todo debía llevar su pequeño rito y hasta el modo en que se disponían habitualmente las
gavillas para luego
transportarlos hasta las eras, se hacía procurando que las
espigas quedaran protegidas en caso de lluvia o pedrisco y que ocuparan
poco espacio para facilitar el transporte, por eso se alternaban las
espigas al juntar las gavillas. Las gavillas se ataban en haces y para
ello se utilizaban los "vencejos" las más de las veces. Un tipo de
hierba remojada para que estuviera flexible.
Al segar, había que cuidar de hacerlo lo más a ras posible del
suelo. Ello
haría que aumentara la cantidad de paja, vital para dar de comer a los
animales durante el invierno o para las camas de los establos.
Al mediodía se comía, normalmente se había llevado la comida o
alguien se había encargado de echar el viaje a casa para traerla. Luego
se buscaba una sombra, si la había, y se echaba uno una siesta para
reponer fuerzas. Una siesta que no era ningún lujo.
Luego había que acarrear, transportar las gavillas hasta la era
donde se
terminaría el trabajo. En aquellos tiempos de carros y no tractores,
puede imaginarse el trabajo que suponía esta faena. Había quien prefería
tener una era junto a la tierra sembrada para evitar ese acarreo. Tanto
al segar como al acarrear había que tener cuidado de no toparse con
alguna culebra o víbora que se hubiera guarecido del sol entre las
gavillas o anduviera arrastrándose por entre las espigas.
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Trillar
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Ya
teníamos las gavillas junto a nuestra era, dispuestos para trillar, la
tarea que consiste en separar el grano de la cáscara que lo recubre en
la espiga y de la paja o tallo seco. El trillo resulta ahora un
instrumento que sólo sirve de adorno, para dar un sabor rural y antiguo
a un lugar, bien una casa o bien un restaurante o bar.
El mayoritariamente utilizado en Valdanzuelo, consistía en un
instrumento formado por varias tablas que se curvaban en uno de sus
extremos. Estas tablas se unían mediante unas traviesas en su parte
superior y entre las tablas y en agujeros dispuestos para ello se
insertaban unas piedrecillas afiladas, en la inferior. A veces se
disponía una silla sobre la tabla y otras se hacía simplemente de pie.
Resultaba una tarea tediosa para todos, excepto
quizá para los niños,
que encontraban en subirse sobre la tabla y dar vueltas arrastrados por
el "macho" una diversión. A los mayores les venía bien por
variar la
rutina y para aumentar el peso de la tabla.
Cada cierto tiempo
de pasar y pasar había que dar la vuelta a la
"parva" que era el nombre que se le daba al conjunto de la paja y grano
que quedaba sobre la era. El fin era asegurarse de que se trillaba todo
por igual y no solo la parte superior.
Al contrario de lo que sucedía al segar, se decía que trillaba
más el sol que el trillo, y las mejores horas para trillar se convertían
en las del mediodía y después de comer. El sol resecaba la parva y hacía
más fácil separar el grano y romper la paja.
Previamente a trillar, la era debía ser arreglada y acondicionada, se
procedía al "arrodillado" que no era otra cosa más que
pasar un rodillo para dejarla lisa pues un terreno rugoso haría
imposible el trabajo.
También se disponía de diversos útiles para dar la vuelta a la parva,
para arrastrar la paja y amontonarla, para extender las gavillas sobre
la era... útiles caídos ya en desuso claro...
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Aventar
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Resultaba de aquella actividad en la que se utilizaba la
fuerza del
viento, la mayoría de las veces el natural, para separar el grano de la
paja. Por ello las eras se situaban en alto, buscando un viento
que entrara libre de obstáculos y si se situaba en el llano se hacía en
un lugar diáfano. A veces se
construía
un pajar junto a la era, ello evitaría costosos transportes de la
paja y al tiempo se hacía de tal manera que hicieran un efecto pasillo
para el aire. Por un lado la ladera de la montaña y por el otro la pared
del pajar formaban un tubo que hacía aprovechar al máximo el viento.
Para no depender del capricho del viento se inventaron las
aventadoras, en las que una manivela generaba el viento suficiente
para separar grano y paja, aparato con el que había que tener cuidado de
no perder la mano o algún dedo si te pillaba su ventilador.
De este modo, por un lado iba cayendo por un lado la paja, más liviana,
y por otro el grano. Sucesivamente se iba recogiendo uno y otro,
guardando la paja en el pajar, lugar en el que disfrutaban los
chiquillos tirándose, actividad que servía para apretar la paja y que
esta ocupara un menor espacio. Esa paja serviría como alimento del ganado
en invierno y como cama de los establos.
Una vez retirado el montón de trigo limpio, quedaba aún cierta cantidad
sobre el suelo mezclado con suciedad. No se desaprovechaba nada, por lo
que aún se filtraban esos granos con mallas de diferente grosor hasta
dejarlos perfectamente separados de lo inservible.
Hasta qué punto tenía importancia este grano da fe el hecho de que
se guardara la era. Esto era que si debía quedarse por la
noche el grano en la era, alguien dormía junto a él para evitar que
misteriosamente desapareciera en la oscuridad. Justo cuando todo el
trabajo y el sudor ya estaban echados. En algunos sitios incluso
rodeaban el montón con un círculo de ceniza, para ahuyentar a las
hormigas de la intención de guardarlo en su hormiguero.
Y así era como tras muchísimo trabajo y penalidades se obtenía el fruto
limpio de polvo y paja... eso durante el verano, aunque
antes se había arado, abonado, sembrado...
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Índice faenas y oficios
perdidos. |